A grandes rasgos, del siglo quince al diecisiete podríamos ubicar el auge del mecenazgo. Fue el periodo conocido como Renacimiento que, con el florecimiento de las bellas artes, dejaba atrás la Edad Media. Hay algo raro en esa idea que sostienen algunos historiadores de que esa Edad Media era “oscura” y que con ayuda del arte se la superó, sugiriendo una metáfora fácil que se repite hasta el cansancio: el arte es “luz”, baña de sol la oscuridad del mundo. Podemos discutir los símbolos y las interpretaciones, pero lo que está claro es que en esa época comenzó un cambio profundo en el diseño de las sociedades modernas.
Los mecenas no sólo favorecieron a los pintores, como popularmente se conoce, sino que con esos aportes se construyeron edificios portentosos (escultura) y se volcó dinero para la investigación científica. Tampoco podemos dejar pasar que la aparición de la primera imprenta dio impulso a la difusión masiva de la lengua escrita. Hasta ese momento, los libros se hacían y copiaban a mano, una manufactura costosa que demandaba tiempo.
Nos separan varios siglos de esas aquellas ciudades donde caminaron y deambularon los artistas (hombres por sobre todo, hay que decirlo) que hoy gozan de fama mundial como Leonardo da Vinci, Tiziano y Botticelli, por citar algunos. De Italia se desplegó esta práctica de financiar el arte en toda Europa, acompañando un proyecto político de cambio profundo en las ciudades y en las costumbres de las gentes. Un sistema económico estaba naciendo, haciendo del arte un valor de uso, cambio, distribución y consumo de forma organizada.
Embellecimiento de las ciudades que redunda en cambios urbanísticos (no es casual que nuestra actual Ley de Mecenazgo contemple proyectos de arquitectura y urbanismo en sus aspectos exclusivamente estéticos), obras de artes volcadas al espacio público: el Renacimiento empezaba a apartarse del centralismo cristiano alrededor de Dios, dejando a los hombres tomar de a poco ese lugar. Los señores ricos y poderosos hacían su aparición en retratos ejecutados por pintores de prestigio y de esa manera participaban de una vida civil activa. Ese fue el intercambio que exigían por financiar las artes. Estar vinculado de algún modo al arte tiene una carga simbólica que ninguna otra profesión hace emerger; los artistas son llamados a analizar, interpretar y acompañar los cambios sociales de corto y largo plazo. De ahí quizás parta esa imagen de “los raros”, los que son observados y señalados, rechazados o admirados con igual intensidad.
El rol de las empresas
En nuestros Estados latinoamericanos modernos este sistema de ayuda mutua sigue vigente. Obviamente que la complejidad de nuestras sociedades no tiene comparación con el Renacimiento. Para empezar, actualmente el Estado interviene y media entre las empresas y los artistas, ayudando a organizar esa economía, volviéndose un canalizador tanto de consultas como de resolución de los conflictos o trabas que surgen de estas alianzas. Es esta una diferencia notoria con el pasado: ya no es la voluntad directa de los pudientes (o interesados) la que determina la ayuda, sino que intervienen muchísimas personas si tenemos en cuenta las que trabajan en Administración Tributaria del Chaco (ATP), en la dirección de Aplicación de Normas del Instituto de Cultura, y en las áreas de las empresas que se encargan de dichas gestiones, y el tiempo de trabajo de los propios artistas involucrados en cada proyecto.
Actualmente, los empresarios que tributan en nuestro sistema de recaudación provincial, pueden destinar hasta el 10% de sus Ingresos Brutos a través del mecenazgo y, además, se benefician con la posibilidad de apoyar y financiar proyectos culturales, enriqueciendo el patrimonio cultural del Chaco y obteniendo asimismo publicidad por dicha acción. Vale aclarar que la legislación permite la participación de empresas y particulares en el sostenimiento de proyectos culturales.
Las empresas pueden incluso financiar tantos proyectos como deseen, siempre y cuando no superen ese límite del 10% de sus impuestos en ATP. A su vez, de ese porcentaje mencionado, un 10% se destina a lo que se conoce como Fondo Solidario, una caja de reparto para artistas que no tienen, por distintos motivos, empresas que los financien de forma directa. Para ser mecenas, las empresas deben asumir compromisos, de los cuales dos son requisitos fundamentales: no deben tener deudas con el Fisco y no deben poseer un Crédito Fiscal.
“Esta afectación de fondos se basa en una acción consciente por parte del empresariado. Es básicamente una toma de decisiones de financiar directamente tal o cual proyecto, ya que el aporte lo deben hacer de todos modos. La diferencia radica en que genera una relación, un vínculo específico con los artistas involucrados en cada propuesta, y una mirada social al dinero circulante a través de nuestro sistema tributario”, explicaron desde la dirección de Aplicación de Normas.
Haciendo eco de la diversidad de expresiones artísticas en nuestra sociedad, los proyectos culturales a presentarse pueden tratarse de artes visuales, música, teatro, danzas y artes escénicas, cinematografía y medios audiovisuales, literatura, radio y televisión educativa y cultural, y toda otra expresión cultural o artística que resulte de interés mediante dictamen del Consejo Provincial de Mecenazgo.
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