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Opinión

Bandidos rurales y aventureros políticos

Por Eduardo Moro (Abogado - Ex vicegobernador del Chaco)

Eduardo Moro

 

En todos los países existe una difusa admiración popular por los bandidos rurales, por caso, el afamado Juan Bautista Vairoleto (hay quienes escriben su apellido como Bairoletto). En el Chaco -mi lugar natal-, el patrimonio del recuerdo lo tienen Mate Cosido e Isidro Velázquez y Vicente Gauna. Junto a Mate Cosido se distinguió el Vasco Zamacola, célebre pistolero, considerado un bandido valiente, para nada sanguinario pero sí generoso. Un príncipe entre los bandidos rústicos, reivindicado luego de purgar sus pecados en la cárcel. Bandidos que han inspirado canciones  que enaltecen sus recuerdos.

¿Cómo se explica  esa proyección popular a través de los años? Ramón de las Mercedes Tissera, cordobés, maestro, periodista, político e investigador histórico -sumamente original-, echó profundas raíces en mi provincia.  Con su alta estampa,  su cigarrillo perenne,  su pluma y su hierro -porque fue herrero- hizo la siguiente reflexión sobre ellos: “…En un ámbito humano sin esperanza, sin rebeldías acrisoladas, cuando todo se mediocratiza, cuando hasta las figuras representativas claudican o renuncian a su vocación, el pueblo descarga en aquellos aventureros su ansia de acontecimientos decisivos y de realidades nuevas (para sus vidas). No es una actitud ingenua. Es una forma de protesta….”.

Se me ocurre asociar la simbología atrayente de los bandidos rurales con la que producen los aventureros políticos. Término genérico, que admitiendo diferencias, alude a vociferantes emergentes de embestida personal. No son -ni se sienten- parte de una expresión política colegiada de laboriosos compromisos democráticos. Tales iluminados creen estar investidos por algún llamado superior. Dicen y hacen lo que  su sola voluntad indica conveniente. Cuanto se desarrolla o crece en el ámbito a su alcance es porque él o ella lo permiten,  como  oráculos en la escena de su teatralidad.

Pueden presentarse con ropajes falsamente ideológicos o de aparente sencillez ante lo complejo, y hasta podrían estar convencidos de ser indispensables. Pero su especificidad radica en sus discursos, en la manera en que construyen su relación –y consecuente poder- con el sistema político general. Un discurso muy diferente al modo plural de los partidos políticos actuando dentro de dicho sistema: proponer alternativas y controvertir con otros según reglas de juego respetadas, sintetizando, finalmente, los resultados factibles dentro de marcos constitucionales.

Estos oráculos poseen mecanismos, palabras o giros de enunciación categóricos e indiscutibles, que no necesitan ninguna otra validación. Mediante modos frontales o sinuosos, notifican a los demás que no se pueden rechazar sus afirmaciones sin correr el riesgo de lastimar “los intereses de la patria”  o el “bien popular”. Sus dos polos son: el enunciador o la enunciadora (que habla o dice) y los destinatarios (receptores), ambos parte de la conectividad cultural que alimentan con denuedo. Puede haber variantes de contenido para cada época y lugar, pero lo que se mantiene invariable -el hilo relacional- son las maneras unidireccionales en que conectan los dos polos del vínculo. Llegado el momento, las palabras definitorias  las enuncia sólo el  líder o la líder, y  nadie más. Silvia Sigal y Eliseo Verón fueron quienes expusieron magistralmente estas características, en un libro de los 80 cuyo nombre no recuerdo.

Con versiones  blandas o duras, e incluso democracias de baja intensidad, esos exponentes –a quienes gusta perpetuarse- pasean por la historia con suerte diversa.  Conjeturamos  que también nacen de una honda protesta de los ciudadanos por los escasos o al menos insatisfactorios y lentos logros tangibles del sistema político democráticamente compartido. Una suerte de viaje desde la utopía al desencanto.

Hasta ahora no hemos conseguido hacer un mundo mejor. Somos débiles o ineficaces frente a la fuerza de los que sí hacen, en cada tiempo y lugar,  un mundo a  su medida y voluntad, para estrellarlo –a veces violentamente- o al menos para que se mantenga la creencia en ellos, por pulsiones emocionales o supuestos atributos operativos. El pensiero debole de Váttimo, implica en mi opinión, que  frente a la lógica férrea del pensamiento único y fuerte de los que gobiernan o aspiran a ello de modo vertical, se distribuye horizontalmente el pensamiento débil. Esto, pienso, es la tendencia a no monopolizar y dar libre curso a lo que entendemos por democracia representativa y otras expresiones transversales que merecen mayor integración al sistema.

No se me escapa que son enormes las diferencias entre bandidos rurales y aventureros políticos de inmenso poder, con penetración en las culturas colectivas de un país. Ni que deben reunir ciertas condiciones relevantes para hacer explicables sus protagonismos. Percibo -obviamente- que entre unos y otros hay distancias de importancia y gravedad, porque  los aventureros políticos  tienen  enorme capacidad de daño frente a la anecdótica actuación vecinal de los bandidos rurales.

Con una cuota de imaginación se puede incluir el nombre que se prefiera en la lista de los notorios personajes mundiales que hoy responden a características idolátricas y  exóticas propias de sus personalismos desbordantes (no olvidar que uno de los nombres de Bolsonaro  es Messias).  Quizás por ellos, el “nuevo orden” o “un antes y un después” que muchos vaticinan a partir de la Pandemia, amenace seguir siendo un orden cada día más excéntrico, que seguirá careciendo de visiones y compromisos universales para cuidar la semejanza biológica que nos hace iguales y la tierra donde habitamos.

Esta no es una investigación académica sino un tanteo para pensar y hacer pensar la realidad. Tal vez, como dice Claudio Magris, quitándonos la ilusión de redimirla para siempre, pero no la desilusionada e invencible esperanza de corregirla. Metafóricamente, las utopías son como la levadura: sólo con ella no se hace un buen pan, pero sin ella tampoco.

Fuente: Nuevos Papeles

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