Se celebra en Argentina un nuevo día del niño pero lejos estamos del clima de jolgorio. Los más pequeños esperan una vez más con ilusión un día en el que son protagonistas de la escena, mas la situación socioeconómica de nuestro país no ayuda en nada a garantizar que cada uno de ellos reciba hoy algo más que una salutación.
Los números son por lo menos dolorosos: según la UNICEF hoy en Argentina 5 de cada 10 chicos y chicas están por debajo de la línea de pobreza; y sabemos que Chaco no es la excepción sino todo lo contrario. Ya ni siquiera en la capital se siente poco la desigualdad si tomamos en cuenta que hay en el Gran Resistencia una cifra que asciende a más del 50% de pobres. Pero los números son números, pocos los escuchan y menos aún son los que se conmueven.
La deuda de la Argentina (y de gran parte de América Latina) es con las infancias; donde en todo este tiempo y más allá de las leyes y decretos que bien lucen en un papel, no hemos podido garantizar a los gurises derechos básicos que tienen que ver con la educación de calidad, el resguardo de su salud e integridad, o el acceso a la vivienda digna. Muchos de ellos, ni siquiera gozan del derecho a la identidad, máxime aquí en el norte.
No basta con hablar sobre la preservación del interés superior del niño si un juzgado de niñez, adolescencia y familia resuelve cuestiones trascendentales para su vida y su desarrollo en juicios largos y tediosos; la justicia que llega tarde, no es justicia. No basta si no incrementamos acciones tendientes a garantizar la efectiva implementación de la ESI, para que no haya niñas maternando sin noción, ni padres y madres que abandonen a sus hijos a la buena de Dios. No basta con decirles feliz día, hacerles el chocolate y regalarles un juguete una vez al año, si no garantizamos a sus progenitores estabilidad laboral y salarios dignos, para que sean ellos quienes decidan qué alimentos y regalos darles. No es justicia social que algunos hoy reciban la última PlayStation y otros, sigan parados en los semáforos vendiendo verduras o pidiendo monedas en las veredas de los supermercados. No basta la caridad sin políticas públicas que trasciendan a los tiempos y cambien realidades.
En el día de hoy me permito esta reflexión como militante y también como hija de trabajadores que con esfuerzo me pudieron brindar las herramientas para el correcto desarrollo en la sociedad. Pero fundamentalmente, me la permito como parte de una generación a la que hoy debido a la coyuntura esto le cuesta el doble o el triple y que (en cada vez más cantidad) termina condenando a su descendencia a la marginalidad.
Necesitamos infancias felices, con caritas que cambien lágrimas por sonrisas y que se sientan bien con ellas mismas y su entorno. Necesitamos crear posibilidades y espacios de contención; educar en el amor propio y el autoconocimiento pero también en el emprendedurismo y las finanzas. Necesitamos que la niñez sea respetada y valorada; que ser niño y ser feliz, sea un derecho y no un privilegio al que puedan acceder sólo algunos. Necesitamos darles un presente y un futuro mejor. Por todo eso milito desde los barrios pero también desde el Centro de Desarrollo de Políticas Públicas, Porque la niña que fui me lo recuerda todo el tiempo: es mi responsabilidad crear ese escenario de vida mejor, tal y como otros lo hicieron conmigo.Cuidar a los niños, defender su presente y garantizar su futuro, esa es la premisa. Todos los problemas estructurales que nos aquejan se traducen en eso: una gran deuda con las infancias.
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