La historia de los peligros mayores para el afianzamiento de la política democrática moderna argentina y latinoamericana, registra un célebre y sonoro episodio conocido como “La hora de la espada”.
Se trató de un acerado llamado sanguíneo a movilizar las fuerzas del poder militar que realizó Leopoldo Lugones durante la primera mitad del siglo pasado. Intentaba terminar de una buena vez con lo que creía los vicios y las corruptelas de la “democracia política”.
Lugones consideraba que esa democracia inevitablemente derivaba hacia excesos, demagogias y deformaciones morales, disfrazadas por argumentos populistas o socialistas. Esta distorsión llevaba a manejar indignamente los equívocos de la “chusma” vociferante que arribaba a la democracia y reclamaba un lugar en la mesa de las decisiones y gobiernos.
Ese fue el núcleo del convite con que en 1930 se envolvió de “patriotismo” nacionalista, el golpe militar contra Yrigoyen y la “plebe”, en cuyos hombros descansaba su legitimidad “populachera”.
Se intentaba con ello recuperar la “edad de oro” de otros mejores tiempos, cuando el mundo no estaba corrompido por la participación popular en libertad.
Es lo más antiliberal posible, pese a invocar la libertad.
Se inició allí una larga etapa de fascismos, atrocidades y fracasos, con destellos transitorios de democracia, siempre condicionada por barbarismos liberales o nacionalistas, cada uno con su catecismo.
Nos equivocamos tanto, y durante tanto tiempo, que hoy tenemos nuevamente a la “bestia” adentro, ahora no ya invocando la sublimación patriótica militar, sino lo que podríamos llamar “la espada mesiánica”. Empuñada esta vez por un delirante vocero del “más allá”, portador de misiones celestiales que le han sido reveladas y encomendadas en exclusividad, para que corte y recorte a gusto los “sobrantes” inútiles de la vida económica y social de los argentinos.
En su menú de distorsiones a corregir y desechar lo más rápido posible, están el Parlamento y las “ratas” que lo habitan, liliputienses corruptos y la prensa libre, por sus caprichosas versiones y perversiones, y antes que nada, la política y lo político.
La historia no se hace diariamente con las opciones de los hombres y mujeres, sino que es un camino ya trazado por la divinidad, que debe ser limpiado de malezas dañinas, y seguido a gusto del Mesías parlanchín. Sólo él decide qué está bien y qué está mal.
Tenemos un Presidente jactancioso, pendenciero y autoritario que desprecia e insulta a quienes no piensan como él, o proponen otros caminos o modos de tratar a los asuntos públicos.
Sólo hay un camino, un modo y un tiempo para cada cosa, que son los que marcan su sola voluntad.
Esto es consecuencia de considerarse investido del mensaje y la verdad que le han sido transmitidos desde las alturas divinas.
Tales conceptos obtusos, místicos y pre democráticos liberales, plantean consecuencias peligrosas y amenazantes para la vida del país, porque considera enemigo desechable a todo lo diferente, expulsando y hasta eliminando potencialmente o invisibilizando lo distinto.
Resulta que por los pecados cometidos por los políticos, desde la política, ahora estamos en manos del “triángulo de las Bermudas”, amantes soberbios de los placeres solitarios, gozosos entre sí de sus ocultismos.
De no modificar sus actitudes, en poco tiempo más pasarán de la motosierra al matafuegos, y no dejarán piedra sobre piedra sin su efecto insolidario, hasta que la Argentina le sonría de satisfacción masoquista.
Adiós Alberdi con la construcción constitucional del Estado Argentino, republicano, representativo, democrático y federal.
Adiós a la educación pública gratuita y universal de Sarmiento.
Adiós a la salud pública humanística con acceso general.
Adiós a la posesión y la demarcación limítrofe territorial de la Nación, y la secularización de los registros públicos de Roca.
Adiós al Banco de la Nación de Pellegrini.
Adiós a la Ley Sáenz Peña del sufragio universal y bienvenida la tierra arrasada por los propietarios del capitalismo de la inteligencia artificial, lejos de lo natural o lo humano.
Un país para motosierras, caniles y mandriles obedientes a la “voz del amo” que habla con rugidos de león carnívoro.
¡Vade retro! Superhombre alucinado y cavernícola.
El centro de gravedad está en la vida, y no en los cielos imaginados en éxtasis delirantes y auto satisfactorios, quizás para reparar lejanos sufrimientos infligidos por quienes deberían amarnos.
Fuente: Nuevos Papeles
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