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Opinión

La decadencia moral de la política

Por Clelia Ávila (Escribana)

En este tiempo y más aún ante los últimos hechos de público conocimiento, se leen mensajes en las redes sociales y se escucha diariamente a personas que manifiestan su negativa a participar no sólo de las próximas elecciones (P.A.S.O.), sino de cualquier proceso electoral; y en tal sentido, se escucha decir “no voy a ir a votar el día de las elecciones” y otros dicen voy “pero votaré en blanco” “todos son iguales”.

Es increíble, el nivel de descrédito en que ha caído la actividad política luego de 40 años de Democracia; ¿por qué el ciudadano ya no cree en la política?. Y esto no es casualidad, sino causalidad, es consecuencia de la decepción que sienten quienes han depositado tantos años su confianza en ciertos políticos y han sido defraudados, que han perdido las esperanzas y se han sentido burlados en su buena fe.

Sin hacer un análisis de la evolución de la actividad política desde tiempos ancestrales, recordemos que la misma ha cambiado, sin dejar de ser el medio por el cual se ejerce el poder, producto de la necesidad humana de organizar la vida social de los pueblos y los gobiernos; así se entiende a la política como la ciencia y el arte de gobernar, organizando y administrando el estado. Y por ser ésta una actividad humana, la política, como cualquier otra actividad, lleva el sello de la persona que ejerce el cargo público al cual ha accedido.

En mi modesto entender, en aras de la política se han cometido acciones y omisiones, que llevaron al hartazgo de la gente, entre ellas: Funcionarios y dirigentes sociales involucrados en hechos delictivos, promesas a los ciudadanos que no han podido ni podrán ser cumplidas aún en gestiones posteriores, engañando vez tras vez al electorado; abusar de la necesidad de la gente para mantenerse en los cargos públicos comprando de alguna manera sus voluntades; no tener en cuenta el gran número de ciudadanos independientes cansados de sostener al estado con su trabajo e impuestos y que éste malgaste el dinero público.

Así, vemos que tener más hospitales no es tener mejor salud, como tampoco tener escuelas es sinónimo de mejor educación, y ni hablar de los niveles de inseguridad a los que estamos expuestos. Es decir que el problema no es la política, sino “quienes” hacen política, haciendo que una actividad que debiera ser altruista, sea transformada por algunos en “una técnica de acceso y control del poder”, en el más amplio sentido que Maquiavelo le dio a la política.

Es necesario y urgente hacer algo para revertir la decadencia moral en la que nos encontramos los argentinos; lo cual necesita de gente con firmes convicciones, que esté dispuesta a salir de la indiferencia, y se involucre participando de la actividad política, no sólo como elector, sino como activo promotor del cambio que necesita nuestra sociedad. En primer lugar, no concurrir a votar, o votar en blanco, no solucionaría la problemática actual; por el contrario, podríamos estar favoreciendo las conductas que rechazamos. A los ciudadanos de todas las edades y sectores sociales más, aún los adultos mayores, que tienen memoria del país y provincia que teníamos: VOTEMOS ESTE 18 de junio y también en las elecciones generales, hay varios candidatos honestos y capaces, el voto es la única herramienta que en democracia tenemos los ciudadanos. Y participemos de la actividad política, la condición es TRABAJAR con HONESTIDAD para administrar los fondos públicos y VALOR para denunciar a los corruptos. Sólo así iniciaremos el camino de la reconstrucción moral y económica de nuestro país el cual además, necesita de una justicia independiente del poder político y de todos los hombres y mujeres de bien que amamos a nuestra Patria.

Y por último, los cristianos de una vez por todas debemos ser coherentes con lo que pedimos a Dios y luego votamos; muchas veces decimos “sólo la intervención de Dios puede hacer que esto cambie”, sin dudas que es así; pero sepamos que para eso Dios nos dio sabiduría para diferenciar el bien del mal y nos puso sobre la tierra con mandato de señorearla, o sea gobernarla y a través de ese gobierno ejercer el poder para servir al prójimo y no para servirnos de él.

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