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Cultura

El fuego consumió 35 años de historia teatral

Por Rocío Blotta (Periodista de la Cooperativa Sala 88)

Incendio Sala 88

Lunes 3 de febrero, 15:30, 45 grados. Suena el teléfono: “Se quema, se quema” y corta. Nunca más nada volvió a ser igual. Sala 88 ardía en llamas y en menos de media hora se hicieron humo 35 años de historia.

Hubo una explosión en un taller mecánico vecino y, por esas cosas del destino, ese día –como casi nunca- había viento en Resistencia y soplaba para el lado de la cooperativa de teatro. Enseguida todo ardió.

Pegado al taller estaban el depósito con herramientas, productos de limpieza y cientos de cosas más; al lado, el depósito de equipos técnicos y escenografía, después el patio de artistas. Ya nada existe.

A continuación, la Sala principal: el fuego entró por el hombro del escenario. Se llevó telones, patas, cielo raso, maderas, spots, aire acondicionados, ventiladores, revestimiento de las paredes y las primeras filas de butacas. A la sala Las Elenas llegó – también por el hombro – el calor (un calor inimaginable, inexplicable) que derritió todo: sistema eléctrico, splits, techo.

Cuando el fuego comenzó estaban en la Sala Daniel y Elías. Ellos vieron la explosión y cómo comenzaban las llamas. Salieron corriendo y llamaron a los bomberos. Una hora más tarde comenzaba el turno de febrero de la colonia de vacaciones: 50 niños y niñas iban a ir al taller. Todavía me tiembla el cuerpo cuando pienso qué hubiese pasado si estaban ahí.

Tres dotaciones de bomberos –dos de la Policía del Chaco y una de bomberos voluntarios-, trabajaron para apagar el incendio. Tardaron más de dos horas hasta que finalmente lograron extinguirlo.

Durante ese tiempo, el humo negro y pesado se veía desde casi cualquier punto del centro de Resistencia, así que la noticia corrió rápido. Los teléfonos no dejaban de sonar, los grupos de WhatsApp explotaban. La vereda de la Sala se llenó de gente enseguida: vecinos, amigos, parientes, teatreros, músicos, funcionarios; gente que lloraba, que abrazaba, que se lamentaba; iban y venían, mirando sin poder creer lo que pasaba: la Sala se consumía y no se podía hacer nada. Una escena surrealista, inimaginable. Fue un velorio.

Cuando pudimos, entramos a sacar lo que se salvó: algunas carpetas, fotos, premios, vestuarios, un par de parlantes y consolas, que no sabemos si servirán. Lo buscamos al Pulpo y a los Marcianos (títeres habitables), pero no estaba más, tampoco Rito y Rote (perros títeres de varilla), ni el famoso teléfono gigante. La ropa de José María, nuestro técnico que vive en la Sala, desapareció, él se quedó con lo puesto y sin casa. Elías la rescató a Chuni, la gatita negra que hace unos meses es la mascota del teatro. Ella, como si entendiera lo que pasaba, intentó meterse al fuego. Se quemó un poco las patas y se desvaneció por el humo. Enseguida la llevaron a atender y la pudieron reponer.

El resto de la Sala, a donde no llegó el fuego, está negra, solitaria, triste. Huele feo, un olor que te cala el alma, que será difícil de olvidar y que costará sacar.

En medio del caos, encontramos los chalecos que el elenco usa para hacer el Show de Stand Up. Un espectáculo que lleva 14 años en cartelera y que este viernes comenzaba su 15° temporada. La reacción fue unánime, con angustia, pero con seguridad: el show debe continuar.

Así y con las lágrimas todavía frescas, con los miles de mensajes de apoyo y de ayuda para levantarnos, decidimos que el viernes el Stand Up se hiciera como sea, más que nunca. En la vereda, que es lo que nos queda, pero se hace.

Sala 88
Stand Up del viernes 7 de febrero, luego del incendio

La semana fue de locos; trámites, gestiones, pedidos y más lágrimas. El fuego se apagó, el humo se fue y pudimos entrar, cada vez dolía más. Pero una masa inmensa de mensajes, llamadas y abrazos de personas e instituciones que se ofrecen para colaborar nos hizo entender aquella conocida y trillada frase: “El show debe continuar”.

El martes a la noche ya se habían agotados las entradas para la primera de muchas función de la restauración. Un sindicato prestó 150 sillas, el Centro Cultural Alternativo (CECUAL) luces y sonido y también a los técnicos, la cervecería artesanal El Perro donó 20 litros de cerveza; los gobiernos de la provincia y de la ciudad realizaron todas las gestiones necesarias para concretar el show en la vereda.

El viernes a las 18 la vereda de la sala se volvió a llenar de gente, pero esta vez para ayudar. En menos de una hora limpiamos e instalamos 400 sillas y 50 mesas, luces y sonido. Ese día pedimos por redes sociales la donación de elementos de limpieza y herramientas: fue muy emocionante ver como alumnos y alumnas de los talleres que se dictan en la Sala llegaban con bolsas llenas de cosas y una sonrisa triste en la cara. Juntamos una gran cantidad de cosas y pudimos poner en condiciones la cocina –a donde las llamas no llegaron- para hacer el show.

El stand up del viernes 7 quedará para siempre en la memoria. Fue el que más púbico tuvo en las 14 temporadas y a la vez fue el más triste. El público rió a carcajadas y nosotros estuvimos con un nudo en la garganta todo el tiempo. Entre todos y todas le rezamos al santo de la Sala, San Cotorro, hubo humor negro, desorganización, cerveza, abrazos y el grupo Fulanos le agregó frescura con dos números de baile. Al show no le faltó nada: pasaron varias autobombas con sirenas que parecían parte de los efectos de sonidos.

Ahora, además de mucha tristeza, resta un largo camino. Eventos a beneficio, varias funciones más en la calle. La limpieza, que será triste y difícil; después saber en qué estado está la estructura y ver, de lo que no se quemó, qué sirve. Las cuestiones burocráticas y legales, el seguro, cuantificar la perdida. Reconstruir.

 

 

 

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