«Que al impuesto lo paguen los ricos», esa expresión ha ganado lugar en algunas manifestaciones de corte político que la riqueza de pocos era posible gracias a la miseria de muchos.
Curiosamente la realidad nos dice otra cosa, al impuesto ya lo están pagando los ricos. Porque el 80% de la recaudación tributaria proviene del 20% de la población.
Esa quinta parte es la que ingresa los tributos corrientes escondidos en otra realidad. El sistema tributario argentino se basa esencialmente en impuestos al consumo.
Cuando el contribuyente, que es el sujeto pasivo de la relación tributaria, en el momento de comprar algo ya pagando impuestos nacionales, provinciales y municipales incorporados al precio final de las cosas.
Por eso el vendedor, está obligado a pagar esos impuestos, como sujeto activo de aquella relación. Es él quien en definitiva los paga.
Y al desconocer la población cuantos impuestos hay escondidos dentro del precio se hace posible mantener el sistema tributario actual.
¿O quizás alguien cuando compra algo sabe que en el precio – cuando menos – una cuarta parte son impuestos?
Con mucha seguridad, si esos gravámenes fuesen directos, y la gente tuviese que ir todos los meses a pagar en ventanilla los impuestos que ya está pagando y no sabe que paga, no tendríamos ni estos impuestos ni a los políticos que los crearon.
Lo que estamos viendo ha ganado notoriedad a través del problema creado por el Impuestazo decidido por la Municipalidad de Resistencia, que soslayó principios tributarios constitucionales para impulsar una suba desproporcionada de gravámenes, cuya procedencia serán ventilada en una catarata de juicios.
El enfrentamiento entre el municipio y los ciudadanos surgió porque el impuesto inmobiliario es un impuesto directo, sin intermediarios activos.
Dicho de otra manera el ciudadano al observar en las boletas municipales la liquidación tributaria, sabe cuanto paga. Cuanto le duele.
Y pone en funcionamiento un proceso interno de sentimientos que relaciona lo que se paga con lo que s recibe a cambio, formulándose una serie de preguntas
¿Para qué pago esto? ¿Lo que recibo vale acaso lo que pago? ¿Y si no vale, quien se está quedando con mi plata? Y si no pago ¿Que pasa?
Las próximas etapas ya están claras, habrá una catarata de juicios de contribuyentes pidiendo amparo, y una preocupante reducción de los ingresos municipales para atender los gastos municipales.
Por eso recordemos: los impuestos se hicieron para pagarlos. Pero solo los impuestos que equitativa y proporcionalmente se cree para atender los gastos públicos.
Ese es el gran tema. ¿En que momento los gatos públicos dejan de ser tales para convertirse en necesidades imaginarias de los que nos gobiernan?
Ahora, agotada toda posibilidad de diálogo, la última palabra la tendrá la Justicia.