Los NFT [siglas en inglés de non fungible token o activo digital indivisible], que aparecieron hace pocos años en el mercado, ofrecen sin duda nuevas posibilidades de ingresos a los artistas e invitan a los museos a interesarse por el arte digital. Pero, ¿se trata de una auténtica revolución o de una burbuja especulativa?
Antes de marzo de 2021, muy pocas personas habían oído hablar de blockchains o de la existencia de activos digitales indivisibles, también denominados NFT. La subasta en Christie’s de un collage de un artista llamado Beeple (pseudónimo de Mike Winkelmann) lo cambió todo. La obra, titulada Everydays: The First 5,000 Days [Todos los días: los primeros 5.000 días], se vendió por el asombroso precio de 69 millones de dólares estadounidenses.
Esa operación convirtió a Beeple, que hasta ese momento era un perfecto desconocido en el mundo del arte, en uno de los artistas vivos más cotizados. La adjudicación suscitó grandes titulares en la prensa mundial y desencadenó un frenesí especulativo en torno a las plataformas de NFT.
A pesar de las caídas sucesivas que han afectado al mercado de las criptomonedas, esta fiebre del oro continúa y, pase lo que pase, los NFT ya han marcado la historia del arte. Muchos expertos en arte digital ven en el precio exorbitante alcanzado por la obra de Beeple, cifra que permanece inigualada, la continuación de una tendencia que se inició a mediados del siglo pasado.
Un punto de inflexión para el arte digital
“A todos nos sorprendieron los precios elevados de los NFT y, sin embargo, no deberían haber sido tan sorprendentes”, reconoce Alfred Weidinger, director del Oberösterreichische Landesmuseum de Linz, en Austria. “El arte digital no es nada nuevo. Su desarrollo ha sido constante y, de hecho, también los NFT existen desde hace tiempo”.
Uno de los museos que Weidinger supervisa, el Francisco Carolinum de Linz, celebra el 95º aniversario de Herbert W. Franke, uno de los pioneros del arte digital, con una exposición y una venta de obras en NFT en beneficio de su fundación. Este precursor austriaco que, además de artista, es físico y escritor de ciencia ficción, produce arte algorítmico abstracto por ordenador desde la década de 1960.
Los NFT no son en sí mismos obras de arte. Se trata de fichas o certificados dotados de un código único mediante un protocolo de blockchain, una tecnología de almacenamiento y transmisión de datos transparente y garantizada. El protocolo más utilizado es Ethereum. Un NFT puede estar asociado a cualquier tipo de información: un acta de propiedad, un billete de entrada a un concierto, un meme de Internet, una foto de su gato o una publicación en redes sociales. Pocos días después de la venta de Beeple, el propietario de una empresa de criptografía, Sina Estavi, adquirió por 2,9 millones de dólares un NFT del primer tweet que emitió el director general de Twitter, Jack Dorsey. Un año después, Estavi trató de revenderlo con miras a obtener un suculento beneficio, pero no tuvo mucho éxito: las ofertas no superaron los 6.800 dólares.
Un objeto único de colección
Lo que suscitó el interés general fue la aplicación de los NFT al mundo del arte. Desde la perspectiva del artista, esta aplicación o tokenización es un medio de transformar una obra de arte digital, que por definición sería infinitamente reproducible, en un objeto único que puede venderse y coleccionarse: un cambio que abre un universo de nuevas posibilidades a los artistas que se especializan en este ámbito.
La tokenización es un medio de transformar una obra de arte digital en un objeto único
“Los NFT son una herramienta fabulosa para el artista”, afirma Dirk Boll, presidente europeo de la casa de subastas Christie’s para Europa y Oriente Medio. Boll compara la eclosión de la tecnología NFT con la llegada del material para producir vidrio soplado de uso doméstico en los años de 1960. “Hubo una verdadera explosión de creatividad en el arte del vidrio”, explica Boll. “El arte digital atraviesa ahora una etapa similar”.
La primera obra de arte asociada a un NFT, Quantum, realizada en 2014 por el artista estadounidense Kevin McCoy, fue fruto de su colaboración con el ingeniero Anil Dash y la organización Rhizome, una entidad vinculada al New Museum de New York. Entre las primeras obras de colección figura también CryptoPunks, una serie de 10.000 personajes pixelados, creada en 2017 por Matt Hall y John Watkinson.
Artistas digitales reconocidos como Refik Anadol, Kevin Abosch o Nancy Baker Cahill, han adoptado la tecnología NFT. Con su Rocket Factory inspirada en la conquista del espacio, el artista estadounidense Tom Sachs invita a los coleccionistas, por ejemplo, a que compren un trozo de su cohete digital. El cohete físico se lanzará simultáneamente y, si se puede recuperar, el titular del NFT recibirá también el fragmento real correspondiente.
Nuevos públicos
Los NFT han abierto el mundo del arte a nuevos públicos. La generación de nativos digitales que los adquieren presenta un perfil demográfico diferente al de los clientes habituales de las galerías y salas de subasta. Muchos ingresan en el universo de los NFT a través de los juegos informáticos y las criptomonedas, lo que explica el precio desmesurado que alcanzó la obra de Beeple, un artista formado en el campo de la animación y la infografía, que a menudo satiriza al mundo de la tecnología e introduce en su obra referencias a la cultura popular presente en Internet.
Según Dirk Boll, el mercado de los NFT, impulsado en gran medida “por gente que no sabe qué hacer con sus criptomonedas”, está lejos de ser un mercado tranquilo. Marc Spiegler, director mundial de Art Basel, la Feria Internacional de Arte Contemporáneo que se celebra cada año en Basilea (Suiza) señala en el prólogo del informe de 2022 sobre el mercado del arte que edita este evento que el mercado de los NFT “es radicalmente más especulativo” que el analógico. El experto explica que el excepcional aumento de valor registrado en 2021 estuvo “motivado por intercambios a corto plazo”, y que “de media, los NFT asociados a obras de arte se revenden en poco más de un mes después de su compra”.
El mercado de los NFT es radicalmente más especulativo que el analógico»
Marc Spiegler (global director of Art Basel)
Según datos del sitio web nonfungible.com, en 2021 el valor total de mercado de los NFT rondaba los 18.000 millones de dólares, de los cuales 2.600 millones correspondían al ámbito artístico. En el primer trimestre de este año, el volumen de transacciones disminuyó ligeramente, y el mercado pasó su auténtica prueba de fuego en mayo de 2022, cuando 300.000 millones de dólares se evaporaron en tres días a causa del desplome de las criptomonedas.
El momento de la verdad
Dirk Boll estima que ese contratiempo podría ayudar a que el mercado alcance su madurez. “Llegará el momento de la verdad”, declaró pocos días antes del crash. “La gente comprenderá que en los NFT hay un reducido número de obras de arte verdaderamente interesantes y muchas otras que no lo son”.
Christie’s y Sotheby’s se introdujeron rápidamente en el mercado de los NFT. Algunas galerías siguieron sus pasos: en agosto pasado, la König Galerie de Berlín lanzó MISA, que describió como “la primera plataforma NFT del mundo del arte”.
Pero no faltan obstáculos para los actores del mercado tradicional, que deben permanecer muy atentos. Al contrario de lo que ocurre con el propietario de una obra de arte material, el de un NFT no la posee: el NFT se encuentra en una plataforma digital sobre la que el titular de la obra no ejerce ningún control. ¿Qué ocurre si la plataforma quiebra? Aunque los legisladores tratan de alcanzar a la tecnología, este mercado sigue siendo un terreno movedizo.
Otro de los principales inconvenientes es la huella de carbono de los NFT: la repercusión de las emisiones causadas por una venta de NFT en la blockchain Ethereum equivaldría a la de un mes de consumo de electricidad por un habitante de la Unión Europea. Sin embargo, es inminente la aparición de una tecnología más sostenible, y algunas blockchains ya consumen menos energía. Los partidarios de los NFT insisten en que tampoco el mercado tradicional del arte es más respetuoso con el medio ambiente, habida cuenta de los viajes por avión para participar en salones, exposiciones y bienales del mundo entero, y los traslados de obras de arte de un continente a otro.
Los museos siguen la tendencia
También los museos se han subido al tren de los NFT y han vendido certificados de obras clásicas para compensar las pérdidas económicas causadas por los cierres impuestos durante la pandemia de COVID-19. Así, la Galería Uffizi de Florencia vendió el año pasado un NFT del Tondo Doni de Miguel Ángel por 140.000 euros, si bien Weidinger afirma que eso no es vender arte y compara esos certificados con “imanes para decorar la nevera”.
Dirk Boll los describe como gadgets demasiado caros de una tienda de museo: “Los museos se aprovechan de una oportunidad que va a desaparecer, porque la gente comprenderá que no es un negocio realmente interesante”, señala. “Pero, como dice el refrán, al hierro candente, batir de repente”.
Se trata de una ventana que quizás está ya a punto de cerrarse. El día de San Valentín de este año, el Belvedere de Viena propuso 10.000 NFT que contenían fragmentos de El Beso de Gustav Klimt. Según la prensa local, menos de la cuarta parte había encontrado comprador a principios de mayo. Los vales que se negocian en el mercado secundario se venden por debajo del precio inicial de 1.850 euros.
Son pocos los museos que han incorporado NFT de arte digital a sus colecciones, añade Weidinger. En Austria, su museo es el único que ha adquirido algunos. Otra excepción notable es el ZKM (Centro de arte y medios de comunicación) de Karlsruhe, en Alemania, que compró NFT en 2017, cuatro años antes de la venta de Beeple, y que les consagra actualmente una exposición titulada “CryptoArt: It’s Not About Money” [El criptoarte no es cuestión de dinero].
Sin embargo, es el dinero lo que ha sensibilizado al público en general hacia los NFT. Para Weidinger, la venta de Beeple sirvió de llamada de atención e incitó finalmente a los museos a “superar su retraso y apuntarse al arte digital”.
Por Catherine Hickley
Periodista y escritora residente en Berlín
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